La suerte de poder volar
La pantalla a la que miran los pasajeros se refleja en la oscuridad de la ventanilla a la que mi frente ha decidido adherirse permanentemente. Y yo la entiendo, esta pequeña ventana que el Universos me ha regalado para contemplarlo a 12 kilómetros de altura, es realmente un mirador privilegiado en esta noche, un 7 de Luna llena.
Sobrevolamos una de las mayores urbes del planeta Sao Paulo con dirección a Buenos Aires, a donde se dirigen en esta ocasión además de mis pies, mis alas. Y según me pierdo en lo que veo me pregunto... ¿cómo es posible tanta belleza?, ¿cómo es posible que tenga tanta suerte de ser uno de los pocos seres humanos que pueden volar? Un sentimiento de profundo agradecimiento emana de dentro, como un pequeño afluente en el que tengo sumergida mi mano mientras disfruto asombrado del espectáculo visual que se despliega ante mis ojos.
Un tenue y profundo azul invade un raro amanecer. En él, el Planeta se baña en esta latitud gracias a una enorme Luna llena que se ha disfrazado de Sol. Ella juega sobre el ala izquierda del avión, primero al escondite, ocultándose tras esa enorme estructura metálica suspendida en el espacio como por arte de magia, o también, reflejando su belleza en las pequeñas masas de agua que aparecen y desaparecen debido al avanzar de su reflejo, son como luces que se encienden y se apagan de forma orquestada..., y cuando se cansa de ese juego, se convierte en una luz del propio ala.
Pero además de jugar
y de divertirse, Catalina, que así llamamos a la Luna en España, regala
al viajero que sabe observar, un espectáculo digno de lágrimas. Todo es
azul, un azul profundo y a la vez blanquecino, como si fuese el de un
amanecer que ha cambiado de protagonista.
Y
allí abajo, a los kilómetros que sea, un mar de nubes blancas también
ha decidido jugar a los disfraces, tomando la forma de un perfecto tapiz
de ondulaciones imperfectas. A veces mar en calma, a veces olas
perennes que se levantan sobre ese mar con las más increíbles figuras...
caballos nacientes, cimas de montaña tan livianas que parecen volar,
animales mitológicos aún no inventados o narrados...
Y
al fondo del cuadro, sobre el mismo Océano Atlántico que uno puede
apreciar si afina su mirada entre los claro oscuros, emerge una luz
tenue y expansiva, que es en realidad el reflejo de este bello faro
sagitariano, redondo y brillante, que ha decidido iluminarme suspendido
en el espacio y el tiempo, es la Luz que alumbra el camino de regreso.
No a un lugar, sino a un estado, el de la belleza y la admiración.
La suerte de poder volar
Reviewed by Miguel Tárrega Fernández Mellado
on
14:31:00
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