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En casa de los monjes budistas

Hola!

Hace tiempo que no me sentaba a contar como van mis pasos por esta parte del mundo, pero lo cierto es que a veces las experiencias se amontonan tan “de seguido” que uno necesita tiempo para digerirlas, para paladearlas y poder entresacar aquellos momentos que por una razón u otra se han posado en el vagar viajero.

Además, y aunque el tiempo es una variable “estirable” y moldeable en cuanto a grandes perspectivas se refiere, creo que tendré que abandonar la esperanza de encontrar un lugar en el mundo que cuente con más horas al día :P


El caso es que tras dos meses viajando por Viet Nam, el azar quiso despedirme con una última noche mágica en su antigua capital, Hoi An. Allí tuve la suerte de disfrutar de un espectáculo visual precioso, pues con motivo de la celebración mensual del día de Buda, el pequeño río Thu Bon, que atraviesa la ciudad, se llenó de velas metidas en cajitas de colores, y estas, convertidas en mensajeras de los buenos deseos de quienes las depositaban, se dejaban llevar mecidas tranquilamente por la corriente para desembocar en el mar. Verdaderamente una noche preciosa que puso el punto y final a una tierra que si algo me ha aportado, ha sido la posibilidad de redimensionar la palabra, diferente.

Iluminado


Velas en la noche del Thu Bon

Impulsado por las buenas sensaciones de la despedida, ajusté mi mochila para descubrir un nuevo país, Tailandia; había oído maravillas de todas las personas que han tenido la oportunidad de conocerlo, aunque, para ser del todo sincero, el objetivo de mis huellas viajeras no era en esta ocasión el de conocer el país a fondo, sino el de vivir una experiencia que, desde hace algún tiempo, una parte de mi crecimiento personal me demandaba…

En este país, al igual que sus vecinos, la religión budista es la mayoritaria, y desde hace algunos años he podido disfrutar de las bondades de dedicar unos minutos al empezar el día, al arte de la meditación, por lo que conocer de una forma más cercana y en profundidad, todo lo referente a este mundo, se me antojaba una ocasión que no podía dejar escapar teniendo en cuenta el lugar del mundo en el que estoy.

Wat Pho
Así que ni corto ni perezoso y tras una breve introducción en los preciosos templos budistas de Bangkok, dónde pude deleitar a mis sentidos ante su esplendor, y dar rienda suelta a mi curiosidad (en uno de ellos acabé dando vueltas al templo con una flor de loto, una vela y tres palos de incienso, sumergiéndome de lleno en la marea de gente que sin parar repetía mantras budistas…), decidí que la mejor manera de conocer de cerca la religión budista y todo lo que esta propone desde la observación del interior de uno mismo, era la de enclaustrarme unos días en un templo budista a unos doscientos kilómetros de Bangkok, en el centro del país, más concretamente en la provincia de Suphanburi.


Y puff… la verdad es que he necesitado unas semanas para digerir la experiencia por completo, ya que encontrar las palabras para poder explicar lo experimentado, ha sido cuanto menos complicado. Aún hoy no sé muy bien cómo contar la experiencia, pero ahí voy…

Llegué al templo tras una gymnkana de pruebas por Bangkok de la que disfruté bastante, pues encontrar la furgoneta que te conduce a las cercanías de este lugar sin referencias turísticas, aún contando con unas explicaciones bastante claras por parte del templo al que decidí ir, fue ciertamente un poco complejo, pero al final, tras tomar una barca-autobús, una de las muchas que recorren los canales de la ciudad de Bangok y un tren aéreo, (no vuela tan solo por el número de personas que van en el…), acabé en los bajos de una de las arterias de la ciudad, Victoria Monument, donde tras utilizar el traductor de google, pude al fin localizar la furgoneta que me llevaría al templo.

Y al llegar… pues no dí crédito la verdad, el templo en cuestión era un templo de sanación budista, por lo que cuando llegué lo primero que me encontré fue a unas doscientas personas todas con un pijama blanco y una cesta de plástico en la que llevaban cada uno las medicinas naturales que la doctora les recetaba, estaban comiendo en un gran pabellón en el que al fondo del mismo estaban sentados en fila los mojes budistas (en completo silencio), mientras de fondo sonaban continuamente por los altavoces del centro, una serie de mantras budistas de sanación.

Wat Ratchabopit SathitMahasimaram

Ante mi primera parálisis y más perdido que un pingüino en un garaje, se me acercó un hombre que más tarde se convertiría en mi referente durante los días en el templo, pues él había sido moje budista en dos ocasiones (aquí puedes salir y entrar como monje, cuando sientas que quieres hacerlo, no es algo definitivo), y gracias a él pude formar parte y entender de forma mucho más clara todo lo que desfilaría ante mis ojos durante los siguientes días. Además daba la casualidad, que también residían dos monjas budistas (de las cuatro que había) que eran españolas, de hecho ellas fueron mi nexo de contacto y la razón por la que decidí acudir a ese templo y no a otro, por lo cual, todo parecía dispuesto para poder disfrutar de la experiencia que me había llevado a aquellas tierras.

En cuanto a las formas…

Para empezar antes de ponerte el pijama blanco, tienes que tomar en una ceremonia los preceptos budistas, estos son en algunos templos cinco y en otros ocho:

1.       Respetar TODAS las formas de vida, (también la de los mosquitos).
2.       No tomar lo que no te han ofrecido.
3.       Cero de actividad sexual.
4.       No mentir y decir groserías o palabrotas.
5.       No tomar alcohol u otras drogas.
6.       No comer nada a partir de las 12.00.
7.       Nada de bailar, usar joyas o maquillarse, salir de fiesta (no sé a dónde), ver televisión… y no prohibido, pero tampoco bien visto, estaba utilizar el móvil.
8.       No utilizar una cama confortable (es decir con colchón).

Una vez realizada la ceremonia, el siguiente paso es elegir tu programa de sanación, este puede ser solo meditativo o también medicinal. Ambos, así como la estancia y la comida en el templo son completamente gratuitos, luego si quieres hacer una ofrenda al final de tu estancia…, pues bien. El segundo programa incluye baños en aguas medicinales, masajes, las medicinas naturales y también algo de meditación. “Ah, pues no suena nada mal…”- pensé según me lo contaban…

Además de los preceptos, tal y como me contaba la monja budista, has de guardar una serie de formas corporales, ya que por ejemplo, al ir a saludarla en el momento de nuestra presentación, puse mi mano sobre su brazo, y ella me dijo que no podía tocarla, aquí los monjes y las monjas son sagrados, y solo pueden tocarles los de su mismo género y como algo excepcional. Así que un día un monje que andaba fastidiado de la pierna se tropezó y como no había ningún hombre al lado, casi se va al suelo… además tu cabeza no puede estar nunca por encima de la de un monje, no puedes cruzar las piernas delante de alguien a quien le debas respeto por su posición… en fin! Un mundo de normas que dista mucho de nuestra forma de relacionarnos incluso con los sacerdotes católicos.

Los horarios del templo eran muy estrictos, en el pabellón donde dormíamos todos en el suelo, tan solo nos separaban de las baldosas una fina esterilla natural,  se tocaba diana a las 4.00 de la mañana para estar preparados, ya que a las 4.45 empezaban las oraciones de la mañana. Estas consistían en una hora de repetir los mantras con las enseñanzas de Buda sin parar, guiados por los monjes, quien tras terminar las oraciones, se volvían, en fila y en silencio, a sus habitaciones.

Allí cogían el cuenco con el que salen a recorrer posteriormente el perímetro del templo, para que el resto de las personas que estábamos allí, depositásemos las ofrendas sagradas (en forma de comida) que unos minutos antes habíamos comprado en la cocina del templo.
Se daba la situación de que como había mucha gente, y por tanto mucha comida, esta pasaba de las manos de los oferentes al cuenco de los monjes, y acto seguido, de estos, a una cesta enorme que unos voluntarios llevaban, descalzos, paralelamente durante el recorrido de la comitiva. Este fue, junto a mi nuevo amigo, mi primer trabajo como voluntario en el templo…

Lo curioso del asunto es que luego, los monjes, (no así las monjas), de esa comida metida en bolsas de plástico, con raciones de arroz, verdura, patatas fritas, y “manjares” varios…, comían lo justo, ya que a ellos se les servía un desayuno especial, este sí, rico rico y repleto de variedades, mientras que nosotros nos comíamos la comida que previamente les habíamos ofrecido.

El ritual de empezar a desayunar comenzaba con los asistentes de rodillas y con una oración en la que los monjes, sentados ya en la tarima de desayunar, repetían unos mantras que terminaban con las tres reverencias, tocando el suelo con la frente en señal de respeto. Seguidamente las personas, con nuestras medicinas de por medio, nos dirigíamos a nuestras mesas, a no ser de que te quedases para servir la comida a los monjes, también de rodillas, esa fue mi segunda experiencia como voluntario en el templo…

Luego ya cada uno a sus asuntos, unos a meditar, otros a bañarse, otros a ayudar en la cocina…, así hasta las seis de la tarde, en la que llegaba el momento de reunirnos en la zona sagrada del templo para volver a realizar las oraciones de la noche, estas consistían en tres horas repitiendo mantras diferentes (yo tenía un libro en el que estaban todos ellos traducidos, y comprometido como estaba con vivir la experiencia sin juzgarla, me propuse intentar seguirlos, hasta la hora final, en la que se repetía lo mismo 108 veces (el número de los atributos de Buda) y en ese momento, como dirían mis amigos argentinos…, “todo bien pero…”, aquello no era lo mío.

Estupas del Wat Pho

Aunque sin duda lo que más increíble me pareció, fue el momento de conocer al abad del templo (el Phyathai), puff eso sí que me descolocó del todo…. En este caso el templo en el que estaba, tenía la suerte de contar con un phyathai iluminado. Para los budistas, la vida es una rueda de reencarnaciones, y en el momento en el que uno se ilumina, rompe esa rueda y llega al Nirvana, pues en este caso este hombre de delgadez extrema (de hecho no comía, solo bebía unas bebidas enriquecidas), había alcanzado ese punto en su vida, ya había conseguido descifrar el lenguaje universal, y con la mente era capaz de las cosas más sorprendentes..., contaba, por decirlo de alguna forma coloquial, con súper poderes, tal y como me dijo la monja española en un ejemplo ilustrativo, era como el mago de Harry Potter en Hogwart, o como Keanu Reaves en Matrix, podía no sólo escuchar lo que pasaba en el templo, sino leer tus vidas pasadas, o ver a través de tu cuerpo. 

Y como aquel era un templo de sanación, su misión durante esta última vida entre los no iluminados, era la de detectar si tenías alguna enfermedad o no, y ayudar a curarla. Y el hombre era infalible, pues eran incontables los casos en los que había detectado alguna enfermedad grave, que posteriormente había sido ratificada al acudir a un hospital para realizar un diagnóstico clínico. Sea como fuere, en mi caso el hombre dio en el clavo, pues me dijo que mis problemas estomacales, con los que llevo peleando toda la vida, estaban localizados en el colon y eran motivados fundamentalmente por el estrés. 1-0 contra mi incredulidad…

A ver a este hombre acudían desde los puntos más lejanos del país, y es, en el mundo budista, toda una eminencia en los aspectos de sanación.


En el fondo…

Existen muchos aspectos en los que la religión budista me parece la lectura más acertada que he conocido sobre muchos de los planteamientos que, a lo largo de mi vida, he ido forjando en el plano esotérico, es por ello por lo que quería conocer más en profundidad esta filosofía, a la que si bien el traje de religión no le sienta del todo bien, en las formas desde luego lo parece. 

Y lo cierto es que tras mi experiencia de una semana en este templo, en la que he podido mantener varias charlas con diferentes monjes y monjas, he llegado a la conclusión de que, si bien es un camino válido para quien quiera recorrerlo, desde luego no cuadra con el mío.

Principalmente, y dejando de una lado las formas, aunque resulte complicado, mi principal crítica al budismo radica en que para ellos, el camino para obtener la iluminación, es el de la observación, desde el distanciamiento de todo aquello que supongan, como los definía uno de los monjes, ataques a la mente. Es decir, para conseguir la paz mental necesaria para poder observarnos y conseguir entender qué, y quienes somos en esencia, hemos de eliminar todo aquello que nos impide ver, vernos.

Entendiendo por estos impedimentos todos estímulos que recibe nuestra mente, desde los pensamientos, a las emociones, la información captada por los sentidos… llegando en un último paso, a conseguir ver nuestro propio cuerpo como un impedimento para tal fin, de echo y una de las cosas que más me rechinaba, era el poco amor que le dedicaban a su propio cuerpo, pues para ellos este es un mero vehículo, que como todo en la vida, nace, existe y muere.

Una vez que hayamos alcanzado el punto de desapegarnos incluso de este vehículo corpóreo, de conseguir tener la mente en una paz y calma superlativa, veremos que tanto la felicidad como el sufrimiento de la vida, son tan solo estados impermanentes que nos impiden entender, ver, verdaderamente la esencia de lo que somos.

Y tal vez, sea así, no digo que no, pero solo tal vez, y como le decía a uno de los monjes tras una larga charla, en la que me dibujaba gestualmente, moviendo el brazo estirado de izquierda a derecha, una línea recta para escenificarme la calma mental, "como un mar tranquilo", me decía…, en mi caso prefiero aceptar, con toda la profundidad que tiene el término (desde aquí un guiño uruguayo ;)), que la vida tiene ambas cosas, subidas y bajadas, aceptar lo que el ser humano es, lo que piensa, lo que siente, lo que capta, sin intentar constantemente estar fuera de eso, observándolo, sino dentro de ello, viviéndolo, pues forma parte de quienes somos y, al final del camino, poder observar el cómputo de lo vivido y que este se parezca más a un paisaje de montaña, que a un mar en calma.


Flor de Loto.
Vivir para observar, más que observar para vivir. 

Tras esta disertación, larga, pero imposible de compartir en menos palabras, me despido hasta la siguiente entrada.

Un fuerte abrazo! 

Miguel

En casa de los monjes budistas Reviewed by Miguel Tárrega Fernández Mellado on 6:19:00 Rating: 5

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