Los últimos de Filipinas
Barrio de Ermita, Ciudad de Manila |
De pequeño, cuando llegaba tarde
a algún sitio, o llegaba el último apurando el reloj, había una frase que
siempre oía a mis abuelos… -“¡Vamos!,
¡que pareces de los últimos de Filipinas!”, y esa frase se me quedó grabada en
ese lugar tan chulo de nuestras cabezas, dónde guardamos frases o dichos de los
que no conocemos su verdadero significado, hasta años después, cuando ya de
adultos, un día cualquiera, uno descubre por azar o por curiosidad propia, su porque.
¡Unas risas espontáneas! |
Y esto es lo que me pasó un par
de días antes de aterrizar en las preciosas islas Filipinas, guiado por los
recuerdos y por la curiosidad, me puse a investigar quienes eran “los últimos
de Filipinas” y por qué eran de Filipinas y no de Puerto Rico, por ejemplo. Y
al sacar del cajón de la historia, los increíbles sucesos que vivieron un
puñado de hombres, en los últimos confines del denostado imperio español, me
quedé boquiabierto; por aquel entonces, en 1898, y tras cincos siglos en pie y
una extensión verdaderamente descomunal, la pólvora española estaba a punto de
agotarse, perdiendo las últimas colonias, Filipinas, Guam, Cuba y Puerto Rico.
Los valientes filipinos, que
llevaban luchando por su libertad, desde hacía ya más de ciento cincuenta años,
con el apoyo e interés del naciente imperio estadounidense, consiguieron por
fin declarar la independencia en 1898, en las Islas Filipinas… ¿En todas?, ¡no!,
en una pequeña aldea… un grupo de valientes españoles resiste al ejercito
libertario, y se refugia en la pequeña iglesia del pueblo dispuesto a resistir
hasta que lleguen refuerzos. Hasta ahí todo esperable… pero el caso es que,
estos 54 hombres, estaban tan convencidos, tan convencidos, de que los
refuerzos llegarían, (excepto alguno de ellos que sugirió rendirse y
rápidamente el capitán decidió atender su sugerencia pasándolos por las armas),
que hicieron de la pequeña iglesia construida con muros de coral, un fuerte
inexpugnable en el que resistieron las envestidas de los enemigos.
Iglesia de Baler |
Museo de Historia Filipina, Baler |
Como datos curiosos, estos
tuvieron que escavar un pozo levantando el suelo de la iglesia con el que
obtener agua, construir letrinas en el corral que había fuera, y evidentemente
racionar las provisiones, comer lagartijas... Durante los primeros días de
asedio, todo fue normal, pero los problemas empezaron a llegar transcurridas
las primeras semanas, en las que tomaron la decisión de empezar a cultivar en
un huertecito, las pocas semillas que tenían, pues la situación, tenía pinta de
ir para largo…, y tanto que fue para largo, ¡un año!, metidos en la Iglesia, ¡un
año!, bueno exactamente 337 días.
Calle Rizal, en honor al poeta y escritor más importante de Filipinas. |
Pero lo increíble de la historia
no es ya el tiempo de resistencia, sino que los 1.500 filipinos, al ver que la
valentía con la que los españoles defendían la iglesia, era una sinrazón, pues
hacía meses que las islas habían dejado de pertenecer a España, (vendidas a los
Estados Unidos por un puñado de millones de dólares…), decidieron enviar a
varios parlamentarios, con periódicos bajo del brazo fechados y publicados en
Madrid, para convencerlos de lo absurdo de su empeño, pero, los asediados,
pensando que eran estratagemas para que se rindieran, les despachaban con un…
vuelva usted mañana. Vino incluso un general desde España, para decirles que ya
valía con la historia, pero estos, de nuevo, le mandaron a su casa, pensando
que era un desertor…, y así, hasta que al final se rindieron, pasando a la
historia como Los últimos de Filipinas, y recibidos en Manila como héroes de
guerra, del ejército recién derrotado.
Hoy, en Baler, dejarse llevar por
la historia de la mano de las paredes de esa iglesia, totalmente reconstruida, es un lujo, y los filipinos, conscientes de la suerte a nivel
turístico, de que aquella gesta ocurriese en su pequeño pueblo, engalanan la
iglesia cada aniversario con banderas filipinas y españolas, y conmemoran los
hechos sin la carga de moralidad con la que muchas veces nos fustigamos los
españoles ante nuestros episodios históricos.
Playa de Baler en un día lluvioso |
Y es que, si algo ha supuesto mi
aterrizaje viajero en la isla más grande de las Filipinas, Luzón, (del tamaño
de Andalucía), ha sido poder disfrutar de las huellas de la historia, las
huellas de grandes navegantes, como Elcano, Magallanes, Legazpi o Urdaneta, que
arribaron a estas tierras tras cruzar el enorme Océano Pacífico, en minúsculas cáscaras
de nuez, enfrentándose a sus destinos, a sus miedos, y a los más increíbles
desafíos que la naturaleza interponía… ¡esos sí que eran viajeros!
Como digo, ha sido un lujo poder
imaginarme, asomado a los muros de la fortaleza que defendía la enorme bahía de
Manila, la partida del famoso Galeón, cargado con miles de mantones, de especias
como la canela (muy cotizadas por aquel entonces), y evidentemente, de oro…, dispuesto
a enfrentar un viaje de más de 12.000 km, movido tan solo por la fuerza del
viento.
¿Donde vas con mantón de Manila? |
También he podido perderme cruzando
la verde y escarpada cordillera filipina en un transporte local, un viaje de
locos de más de doce horas para recorrer 400 kilómetros, pues entre los transbordos,
el conductor convertido en el Fernando Alonso filipino, y el estado de las
carreteras, el viaje fue de los de para no olvidar… Además, al ser esta época
de lluvias en esta isla (los monzones son diferentes en cada grupo de islas),
las cascadas de agua surgen de las montañas como torrentes sin control, y
regalan a tus ojos espectaculares paisajes, pero hacen del viaje un auténtico
rally, pues los estos arrastran, montaña abajo, rocas que caen a la carretera
con la misma frecuencia con la que tú piensas… quién demonios me mandaría a mi
meterme en esta…
Cordillera de Luzón |
Cascada en Sagada |
Pero, al final, son este tipo de
anécdotas las que recuerdas, y siempre merecen la pena, ya que atravesar la
cordillera filipina me ha supuesto, no sólo flipar con sus montañosos paisajes
y sus terrazas de arroz, sino, y sobre todo, poder disfrutar del pueblo tagalo
y de sus costumbres, en primerísima persona. Y exceptuando las peleas de
gallos, muy arraigadas en las Filipinas, y legales si son sin apuestas de por
medio, (para apostar hay que pedir un permiso estatal), a las que no asistí,
creo haber disfrutado como uno más del buen rollo que transmiten los filipinos,
de echo me permití el lujo de ganarles al baloncesto en igualdad de
condiciones, pues llegado el momento de entrar en la cancha, dejé mis chanclas
(ojotas) a un lado y jugué mi primer partido de baloncesto descalzo, ¡me lo
pasé como un enano!
¡Un saludo!
Miguel.
Más sobre los últimos de Filipinas:
http://www.abc.es/historia-militar/20140624/abci-ultimos-filipinas-baler-heroes-201406231602.html
Buenos días tranquilidad |
Los últimos de Filipinas
Reviewed by Miguel Tárrega Fernández Mellado
on
8:59:00
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