Cat Ba y el pueblo del agua.
Parque Nacional de la Isla
de Catba, comienzos de Julio.
Tras mi vuelta del montañoso
norte vietnamita, en la que me perdí entre campos de arroz lejos del mundanal
ruido, (dentro de lo que se puede en Vietnam), no tenía muchas ganas de viajar
a la bahía de Halong la verdad, pues aunque dicen que es uno de los paisajes
más bellos de nuestro planeta, desde que lo convirtieron en Patrimonio de la
Humanidad todos los referentes que había oído sobre la masificación de barcos
con turistas nacionales e internacionales, la basura en sus aguas, los grandes
barcos mercantes que atraviesan la zona de camino a China, y lo caro que
resulta, me habían quitado las ganas de ir, y abierto, por otra parte una
reflexión sobre hasta qué punto los países que restringen numéricamente las
visitas a sus principales monumentos naturales están actuando de forma adecuada
o no.
Pero bueno, siempre hay más opciones, otras posibilidades entre el sí y
el no, así que me planteé dirigir mis pasos viajeros hacia la isla de Cat Ba, a
la que por el momento aún hay que llegar en barco, y que según había leído
cuanta con una bahía tan bonita como la de Halong sin llegar ni mucho menos a
su masificación.
Y como casi siempre el viaje no
defraudó al decir salirse del camino marcado, pues me regaló unos días que si
bien estuvieron bastante pasados por agua, me permitieron entre otras cosas
bañarme solito en playas que de otra forma hubiese sido complicado, y disfrutar
de increíbles puestas de sol, pues con tantas nubes los cambios de la luz eran
de flipar.
Os dejo con lo que sin duda, más
allá de las preciosas vistas, más me gustó, poder observar durante unos
lluviosos días un pueblecito pesquero que vive en y del agua, ¡espero que lo
disfrutéis!
“Amanece en la bahía de Tu Lan
con una calma que casi se podría patentar. Son las seis de la mañana y aunque en
Vietnam el día empieza pronto, aún son pocas las barcas que han encendido sus
pequeños motores dispuestas a comenzar su trajín diario y pocos los movimientos
en tierra, pues en este pequeño pueblo pesquero, situado en las aguas de una
isla del Mar de la China Meridional, la vida transcurre como dividida en dos.
Por un lado la original, la que
estoy convencido que desde milenios, sin el “pop pop pop…” de los motores, que por
otra parte el viento se encarga de integrar en el paisaje acústico, lleva
desarrollándose en la bahía ajena a otro mundo que no sea el de sus tranquilas
aguas y escurridizos peces y mariscos. En ella sus habitantes han construido sus
casas flotantes lejos del peligroso y canso manto de jungla verde que invade la
isla de Cat Ba, canso por el trabajo que conlleva ganarle el pulso a una
naturaleza plena de potencia y peligrosos por la cantidad de animales que en
ella habitan dispuestos a seguir su instinto.
No, es más tranquilo el mar, visitar
en barca al vecino, esperar a que se acerque a casa el barco azul lleno de bidones
de agua dulce, o al que tiene una gran rampa en el costado por la que cae el
hielo picado para guardar el pescado que más tarde venderán a los restaurantes flotantes
o de la costa. Por tener, el pueblo del agua, tiene hasta un barco-iglesia en
medio de la bahía, que sin una ruta aparente zigzaguea entre barcos y casas
flotantes ondeando la bandera del Vaticano, si cosa rara, aquí todas las
iglesias ondean la bandera amarilla y blanca. Hubiese sido curioso conocer al
cura la verdad.
Y estableciendo el marco
perfecto, el pueblo del agua cuenta con un paisaje de ensueño, pues rodean la
bahía centenares de islotes kársticos salpicando el horizonte marino y
contribuyendo a que las siestas, la mayor parte de los días, sean
placenteramente mecidas por la marea.
Eso sí, no pinta tan bucólico el
asunto cuando el cielo amenaza monzón, en ese momento y aunque protegidos por
la bahía, los barcos se mueven con cierta virulencia, amarrados unos a otros
como palos de bambú, hacen de la unión la fuerza, y resisten los embistes del
agua sin aparente esfuerzo, solo hay que fijarse un poco más, para ver que en
esos días, casi ningún habitante del pueblo se aventura con barca de remos y la
vida en las casas flotantes se torna más tranquila, llevarán toda la vida
acostumbrados al mecer de las olas, pero me imagino que ver la tele, o cocer el
agua para el arroz en días como esos, tiene que ser tarea cuanto menos
entretenida para uno que viene de tierras castellanas.
Desde lo alto de la isla, en un
antiguo fuerte construido por los franceses después de la Segunda Guerra Mundial,
pues la isla es un enclave estratégico para acceder al principal puerto industrial
de Vietnam, Hai Pong, he podido disfrutar de las vistas de este pueblo del agua
de forma magistral, y aunque la otra vida, la existente en tierra, y en la que
empiezan a aparecer los primeros grandes hoteles de hormigón, ya ha dado el
pistoletazo de salida para convertirse en el siguiente Benidorm, Mar del Plata
o Punta del Este vietnamita, (the beginning of the end como me dijo un extraño
ingles), por estos lados del mundo aún se puede apreciar sin echarle mucha
imaginación la forma de vida tradicional de estas gentes que hacen del mar su
casa y a las que, aunque la globalización ha llamado a su puerta en forma de móviles,
fútbol y parcelación para futurísticos proyectos hoteleros, siguen remando cada
día contra viento y marea para ganarse el pan (en este caso el pescado) de la
misma forma que lo hacían sus ancestros, en una conexión directa con la
naturaleza que transmite una paz y armonía general difícil de encontrar en las
desarrolladas ciudades de mares de hormigón…”
Os dejo con las fotos ;)
Cat Ba y el pueblo del agua.
Reviewed by Miguel Tárrega Fernández Mellado
on
1:18:00
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