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Saltando con un disfraz del pasado

Tras dejar la gran isla de Luzón, al norte del país, me había propuesto descubrir la segunda de las tres regiones que, enmarcadas bajo estrellas en la bandera Filipina, lucen como las más importantes del país. La plétora de islas que componen la región de las Visayas.

Cuando aquel gigante mitológico de la cultura tagala que, cansado de ver pelear a los hombres, dejó caer de sus hombros el gran pedazo de tierra que conformaba Filipinas, la tierra se rompió en mil pedazos y salpicó el mar con miles de islas de diferentes tamaños, separando tradiciones, ritos, idiomas y culturas.

Por lo que la propuesta que el camino me hacía, para poder conocer este inmenso puzzle, era la de ir saltando de isla en isla para poder apreciarlas y captar la esencia que atesora este gran archipiélago, y así lo hice, tomé impulso y salté hacia la isla que históricamente más importancia tiene, la isla de Cebú.

Fuerte San Pedro, primer fuerte español en las Islas Filipinas.
Enconada entre otras dos islas de gran tamaño, la isla de Cebú cuenta con una preciosa bahía en su mitad oriental, en ella los navegantes españoles, largaron el ancla por primera vez, y tras una larga travesía de seis meses surcando las bravas aguas del Océano Atlántico y las inabarcables del Océano Pacífico, me imagino la cara de asombro y felicidad al descubrir este paraíso perdido en el otro extremo del mundo.

En aquella expedición de las Molucas, en la que se comieron hasta el cuero que revestía los mástiles por falta de alimentos, se hallaban dos de los hombres más importantes en la historia de la navegación mundial: Fernando de Magallanes, el hombre que descubrió el paso que unía los dos océanos, y que moriría en esta misma bahía en un ataque de enfervorizado catolicismo, y Juan Sebastián Elcano, nada más y nada menos, que el primer hombre que rodeó el mundo, y que tuvo que “salir por velas” del archipiélago tras una rebelión de los jefes tribales.

Entrada al Fuerte San Pedro en la actualidad.
Justifico esta parada en la historia porque, para mí, viajar es también disfrazarme de pasado. Es poder conectar con la vida de los seres humanos que en otras épocas, en diferentes lugares y circunstancias o con distintas inquietudes y banderas, fueron escribiendo nuestro gran libro común de la historia. Cuando el viajero se sitúa en el exacto lugar donde ocurrió aquello, de la mano de su imaginación y sus sentidos, es cuando puede tomar verdadera consciencia del valor de los hechos y las hazañas.

Aunque la isla de Cebú, no sólo dio para recrearse en la historia, ya que, tras ponerme en contacto con Jacob, un nuevo amigo de couchsurfing que vive en la ciudad, planeamos la posibilidad de descubrir el sur de la Isla, y dicho y hecho, a la mañana siguiente estábamos en la estación de autobuses dispuestos a adentrarnos en el corazón de Cebú.

Llegamos a media mañana a Moalboal, en la costa occidental, una localidad para submarinistas algo venida a menos, que encima en esta época del año, al ser temporada baja, se encontraba casi desierta. Y esa misma tarde, tras encontrar alojamiento en un hostal con lo necesario, pusimos rumbo en un tricycle, (compartido con un canadiense, Pat, que casi no cabía en el mismo), hacia unas hermosas cascadas de agua azul turquesa, las Kawasan Falls.

A ellas llegamos tras unos 30 minutos, con el zumbido constante de la moto invadiendo el sonido, y tras sortear a los turistas locales y extranjeros que se quedaban en los dos primeros niveles, subimos hasta donde el tipo de la entrada nos dijo que se encontraba la tercera plataforma, una preciosa cascada de agua azul verdosa con un profundo lago y un salto enorme de bastantes metros de altura que, además de hermoso, haría vibrar las cuerdas de la valentía en mi interior.
Río Kawasan
Subimos Pat y yo, (mi amigo Jacob no estaba muy por la labor…), por uno de los laterales de tierra, y en lo alto se encontraban tres personas, un chaval de unos doce años que vivía por allí y un monitor con una turista extranjera embutida en un chaleco salvavidas, y que llevaba demasiado tiempo pensando si tirarse o no. “¡Venga que lo importante es no pensarlo!”, le había dicho yo a otra persona en el primer nivel ante su pequeño salto, seguro como estaba de que a mí no me supondría demasiado problema realizarlo…, pero ahora… ¡ay amigo!, ahora era yo el que estaba arriba de un salto imponente y ya me había asomado al vacío…

El chaval, oriundo del lugar, se tiró como quien salta encima del charco que se forma delante de casa, y con su salto, empezó a alimentar a las excusas que mis miedos me presentaban en fila de a una, “ya bueno, pero es que… él es de aquí…, y además no pesa nada, es muy difícil que se dé contra las rocas de abajo porque no puede tomar mucha velocidad..., y ya sabe dónde caer, se lo conoce…”, compartir estos pensamientos con la chica del chaleco, supuso la reafirmación que necesitaba.

Primer nivel de las cataratas de Kawasan.
Acto seguido y tras un par de amagos, saltó Pat -“Woooauhhhh!!! Amazing!!!” (increíble) dijo al emerger, pero lo cierto es que cuando volvió a subir venía sangrando de la boca, pues al entrar en el agua el golpe le había hecho morderse, y bueno, ya solo quedaba yo. Podía rajarme y decirme a mí mismo: “tú no viajas para cometer temeridades”, o asumir que esto era una excusa más.
Y me acerqué despacio al borde, miré la profundidad de nuevo y justo en ese momento me vino una frase que leí en alguna parte, “los miedos se sienten en la medida justa que necesitas para vencerlos”, así tomé la decisión, dí unos pasos hacia atrás, cogí carrerilla y esta vez no lo pensé más y me lancé a aquella metáfora, con el corazón en un puño. Y mientras la sensación de ingravidez invadía mi ser, mientras experimentaba estar en el vacío por más tiempo del que imaginé, algo en mi cabeza dijo: -“¡ya está!, ¡lo hiciste!”.

Río Agustismo
El impacto contra el agua tardó en llegar y fue, para mi sorpresa (y la de mis masculinidades), menos fuerte de lo esperado. La alegría infantil que me recorría por dentro el cuerpo, era la mezcla perfecta de emoción, diversión y victoria. Y al salir de nuevo a la superficie grité… ¡Si! ¡Lo hice! ¡¡¡¡¡Lo hiceeeeeeeee!!!!!!!! Cuanta energía habita tras los miedos que limitan.

La experiencia en la isla acabó al día siguiente cuando, creo que como guiño de recompensa, descubrí, gracias a mi amigo Jacob, las aguas termales más increíbles en las que por el momento me he bañado, un paraíso en la que pude recrear mis sentidos y mi cuerpo hasta tal punto, que creí morir de agustismo, la sensación fue de tal conexión con el mundo y con el Universo que desde ese momento aquel río pasó a llamarse, el río del Agustismo.


¡Un fuerte abrazo!





Saltando con un disfraz del pasado Reviewed by Miguel Tárrega Fernández Mellado on 5:42:00 Rating: 5

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