Saltando con un disfraz del pasado
Tras dejar la gran isla de Luzón,
al norte del país, me había propuesto descubrir la segunda de las tres regiones
que, enmarcadas bajo estrellas en la bandera Filipina, lucen como las más
importantes del país. La plétora de islas que componen la región de las
Visayas.
Cuando aquel gigante mitológico
de la cultura tagala que, cansado de ver pelear a los hombres, dejó caer de sus
hombros el gran pedazo de tierra que conformaba Filipinas, la tierra se rompió
en mil pedazos y salpicó el mar con miles de islas de diferentes tamaños, separando
tradiciones, ritos, idiomas y culturas.
Por lo que la propuesta que el
camino me hacía, para poder conocer este inmenso puzzle, era la de ir saltando
de isla en isla para poder apreciarlas y captar la esencia que atesora este gran
archipiélago, y así lo hice, tomé impulso y salté hacia la isla que
históricamente más importancia tiene, la isla de Cebú.
Fuerte San Pedro, primer fuerte español en las Islas Filipinas. |
En aquella expedición de las
Molucas, en la que se comieron hasta el cuero que revestía los mástiles por
falta de alimentos, se hallaban dos de los hombres más importantes en la
historia de la navegación mundial: Fernando de Magallanes, el hombre que
descubrió el paso que unía los dos océanos, y que moriría en esta misma bahía
en un ataque de enfervorizado catolicismo, y Juan Sebastián Elcano, nada más y
nada menos, que el primer hombre que rodeó el mundo, y que tuvo que “salir por
velas” del archipiélago tras una rebelión de los jefes tribales.
Entrada al Fuerte San Pedro en la actualidad. |
Aunque la isla de Cebú, no sólo
dio para recrearse en la historia, ya que, tras ponerme en contacto con Jacob,
un nuevo amigo de couchsurfing que vive en la ciudad, planeamos la posibilidad
de descubrir el sur de la Isla, y dicho y hecho, a la mañana siguiente
estábamos en la estación de autobuses dispuestos a adentrarnos en el corazón de
Cebú.
Llegamos a media mañana a
Moalboal, en la costa occidental, una localidad para submarinistas algo venida
a menos, que encima en esta época del año, al ser temporada baja, se encontraba
casi desierta. Y esa misma tarde, tras encontrar alojamiento en un hostal con
lo necesario, pusimos rumbo en un tricycle, (compartido con un canadiense, Pat,
que casi no cabía en el mismo), hacia unas hermosas cascadas de agua azul
turquesa, las Kawasan Falls.
A ellas llegamos tras unos 30
minutos, con el zumbido constante de la moto invadiendo el sonido, y tras
sortear a los turistas locales y extranjeros que se quedaban en los dos
primeros niveles, subimos hasta donde el tipo de la entrada nos dijo que se
encontraba la tercera plataforma, una preciosa cascada de agua azul verdosa con
un profundo lago y un salto enorme de bastantes metros de altura que, además de
hermoso, haría vibrar las cuerdas de la valentía en mi interior.
Subimos Pat y yo, (mi amigo Jacob
no estaba muy por la labor…), por uno de los laterales de tierra, y en lo alto
se encontraban tres personas, un chaval de unos doce años que vivía por allí y
un monitor con una turista extranjera embutida en un chaleco salvavidas, y que
llevaba demasiado tiempo pensando si tirarse o no. “¡Venga que lo importante es
no pensarlo!”, le había dicho yo a otra persona en el primer nivel ante su
pequeño salto, seguro como estaba de que a mí no me supondría demasiado
problema realizarlo…, pero ahora… ¡ay amigo!, ahora era yo el que estaba arriba
de un salto imponente y ya me había asomado al vacío…
Río Kawasan |
El chaval, oriundo del lugar, se
tiró como quien salta encima del charco que se forma delante de casa, y con su
salto, empezó a alimentar a las excusas que mis miedos me presentaban en fila
de a una, “ya bueno, pero es que… él es de aquí…, y además no pesa nada, es muy
difícil que se dé contra las rocas de abajo porque no puede tomar mucha
velocidad..., y ya sabe dónde caer, se lo conoce…”, compartir estos
pensamientos con la chica del chaleco, supuso la reafirmación que necesitaba.
Primer nivel de las cataratas de Kawasan. |
Y me acerqué despacio al borde,
miré la profundidad de nuevo y justo en ese momento me vino una frase que leí
en alguna parte, “los miedos se sienten en la medida justa que necesitas para
vencerlos”, así tomé la decisión, dí unos pasos hacia atrás, cogí carrerilla y esta
vez no lo pensé más y me lancé a aquella metáfora, con el corazón en un puño. Y
mientras la sensación de ingravidez invadía mi ser, mientras experimentaba
estar en el vacío por más tiempo del que imaginé, algo en mi cabeza dijo: -“¡ya
está!, ¡lo hiciste!”.
Río Agustismo |
La experiencia en la isla acabó
al día siguiente cuando, creo que como guiño de recompensa, descubrí, gracias a
mi amigo Jacob, las aguas termales más increíbles en las que por el momento me
he bañado, un paraíso en la que pude recrear mis sentidos y mi cuerpo hasta tal
punto, que creí morir de agustismo,
la sensación fue de tal conexión con el mundo y con el Universo que desde ese
momento aquel río pasó a llamarse, el río del Agustismo.
¡Un fuerte abrazo!
Saltando con un disfraz del pasado
Reviewed by Miguel Tárrega Fernández Mellado
on
5:42:00
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