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Van un francés, un alemán y un español y ...

Salta, 24 de Junio de 2013

Como si todo fuese parte de aquel gran paisaje del desierto atacameño y su respectiva magia, conocí antes de partir de allí, a dos amigos europeos con los que compartí la preciosa aventura de cruzar los Andes a comienzos del invierno austral.

Sebastien, un francés con mas tablas que en una cantina flamenca, de mi quinta, y que tras vivir en una ciudad de china durante más de un año, como responsable comercial de no sé qué carajo, y haber realizado un viaje similar al mio hacía ya unos años, se hospedaba en el mismo hostel que yo. Echar un ojo a su pasaporte era una verdadera gozada.

Y como benjamín del european team, Dustin, un tipo alemán de diecienueve añitos que tras haber vivido en Africa con su familia de pequeño, controlaba el francés, el inglés y el español con tanta soltura que el sentimiento de Paco Martinez Soria (así llamé al sentimiento de tristeza, frustración, desolación y cabreo que me invadía cuando a mis treinta y cuatro años tan solo domino mi lengua materna y chapurreo un inglés triste y vergonzoso...), me invadía con bastante frecuencia.

Todos por diferentes motivos, queríamos cruzar a Argentina, a la ciudad de Salta, y para ello tan solo debíamos coger un autobús que atravesase los Andes y en unas veintitantas horas estaríamos en nuestro destino, eso en teoría porque la realidad fue bastante diferente...

Debido a las nevadas de los últimos días, la cordillera estaba cubierta de nieve, y los medios terrestres fueron incapaces de retirar la nieve acumulada en la carretera para poder cruzar por el paso de Jama. Esto supuso que el European Team tuviese que pasar una largo y caluroso día (eso si regado con unas cervecitas...) en la frontera de Chile con Argentina, esperando a que esta situación se resolviese. Al ver que pasaban un par de días y aquello no tenía visos de prosperar decidimos redibujar la ruta para poder estar lo antes posible en Salta, pues queríamos evitar quedar atrapados en dicha frontera, tal y como les ocurría a las decenas de personas (familias con niños) que trataban de cruzar y que llevaban ya más de cuatro días allí, atrapados, durmiendo y viviendo en un autobús o en su camiones. La tensión entre pasajeros, conductores y autoridades aumentaba peligrosamente con cada día que pasaba, y aquello no tenía visos de arreglarse.

Decidimos cruzar al día siguiente la frontera de Chile con Bolivia, situada a un par de días más de trayecto, unos 500 km, pero que aparentemente no estaba afectada por la nieve. Por lo que nos metimos en un bus que nos llevó a la ciudad de Calama, donde intentamos visitar por la tarde las minas de cobre de Chuquicamata, la mina de cobre a cielo abierto más grande de Sudamérica. Pero por desgracia estaba cerrada a esas horas y nuestro autobús al paso fronterizo de Ollagüe salía a las 5.00 a.m. del día siguiente.


Esa tarde fue la última en la que los tres tuvimos un poco de tiempo para pasear y salir a cenar algo, disfrutando, en un perfecto español, de las diferencias  que existía entre nosotros a nivel cultural, gastronómico, y de mentalidad. Hablando y riéndonos de las mismas durante una agradable cena.



Al día siguiente, lanzados a la aventura en un bus que desde luego no tenía las comodidades del anterior... (pobre de nosotros no sabíamos lo que nos esperaba en Bolivia...), llegamos a la frontera Boliviana sobre el medio día. El paisaje ente volcanes en un día soleado y por una pista de tierra pegada a los pequeños salares que iban salpicando el camino, fue digno de no despegarse del cristal de la ventanilla. Tras bajarnos del autobús chileno, pues las compañías no pueden continuar viaje y hay que bajarse en mitad de la nada a cambiar de autobús a uno boliviano, y recoger nuestras mochilas, afrontamos la primera prueba de fuego, ya que Dustin el alemán se había pasado de los días permitidos por el gobierno boliviano para estar en el país, por lo que no podía entrar de nuevo en Bolivia, tal y como marcaba la penúltima página de su pasaporte hasta que pasase al menos un año, y no habían pasado ni dos meses..., por lo que era de vital importancia que el funcionario de la aduana boliviana, un militar un poco amargado y muerto del asco, (a ver quien no lo está trabajando en la aduana desértica de Bolivia, en un cuchitril por caseta de fronteras, sucio pequeño y polvoriento, evidentemente sin ordenador para llevar un control efectivo, y atendiendo a personas que en muchos casos no sabían o no podían ni leer los formularios de entrada), no se percatase de la situación de nuestro acojonadillo amigo alemán. El entregó su pasaporte al funcionario, después de que lo hiciésemos Sebastien y yo, justo cuando lo hizo yo me puse a preguntarle al tipo algo completamente sin sentido sobre mi pasaporte y el formulario que llevaba adjunto, el no me entendió y se empezó a poner nervioso, pues yo estaba siendo un poco pesado y la cola se le empezaba a acumular, repetí la pregunta y él, con el sello de entrada en la mano lo estampó en el pasaporte de Dustin, al tiempo que me miraba nervioso cagándose en todos mis antepasados colonizadores, con bastante razón claro..., pero bueno el objetivo estaba conseguido, casi no había ni mirado el pasaporte del alemán. Así que los tres salimos cingando del puesto fronterizo entre sonrisitas y abrazos, objetivo conseguido!

Nada más salir de la caseta, y con todo el subidón nos pusimos a negociar con un boliviano que tenía un 4x4 la posibilidad de contratarlo para ir a Uyuni, abandonando así el autobús boliviano, y yendo primero al gran salar antes de llegar a Uyuni. La negociación fue dura, pero al final por 45 dolares nos llevó al salar, a unos 250 km de la frontera, por unos caminos prácticamente inventados, y pasamos el resto del día en una increíble maravilla de la naturaleza... (otra más).

Silencio, enormidad, planicie vasta de un horizonte tan blanco como si estuviésemos viendo nieve recién caída totalmente compactada. 

Se hace extraño bajarte del coche, alejarte un poco, y echar una mirada de 360 grados, era como estar varado en mitad de un mar blanco en su totalidad. El mar de sal pura mas grande del planeta.
Además y debido a las ondas de calor que reverberaban en el lejano horizonte, la sal blanca se transformaba en un mar "real" pero imaginario.
La información que, por efecto del sol, mis achinados ojos mandaban a mi desconcertado cerebro, producían en mi interior una sensación rara, pero increíblemente gratificante, era como romper los moldes paisajísticos definidos hasta ahora.

El 4x4 rodaba como por la mejor autopista asfaltada, sobre una superficie tan plana que podrías soltar el volante totalmente sin que pasase absolutamente nada. La superficie del salar... 10 500 km cuadrados (la equivalente a unos 1.050 campos de fútbol).
Y allí en mitad de una nada blanca paramos a contemplar como el gran astro se ponía sobre el horizonte, otorgando a los colores un abanico de temperaturas tan pasmoso como el blanco inmaculado que nos había acompañado todo el día.

Al llegar a Uyuni cogimos un autobús que partía esa misma noche a la frontera boliviana con Argentina, y al entrar en aquel trozo de metal con ruedas, cansados después de un día tan intenso viajando desde las cinco de la mañana, fuimos verdaderamente conscientes de en que país estábamos. 
Nos tocaban otras once horas hasta la frontera, sentados en la parte de atrás de un autobús al que le sonaba cada tornillo, y cuyos asientos además de no tener acolchado eran de respaldo estrecho, lo que suponía que al sentarnos los tres, con la ropa de abrigo puesta para combatir el frío de la noche altiplánica, no es que estuviésemos incómodos, no, no, que va! Es que, literalmente, ¡no cabíamos!

Mis piernas encontraron mejor sitio que las de mis amigos, al tener todo el pasillo para estirarse, pero claro con cada bote que daba el autobús, yo saltaba más que ellos encajonados contra el asiento de adelante. Fue curioso ser consciente de como nuestras risas, motivadas por el surrealismo de la situación, fueron dando paso paulatinamente a un silencio en el que cada uno combatía consigo mismo la realidad que se nos avecinaba, una noche en vela sintiendo cada botecito en la mas profundo de nuestra columna y sin pegar ojo, pero chico, esto es lo que tiene ser europeos poco curtidos, porque los bolivianos roncaron a pierna suelta!
Al llegar a la frontera el trabajo en equipo volvió a dar sus frutos, Dustin, como buen alemán, se negó a comprar el billete que nos llevase a Salta en la primera agencia que vimos, había que hacer un análisis de todos los precios de la zona y eso que quedarse en aquella agencia de viaje, al calorcito de una estufa, era tentador, y máxime teniendo en cuenta la noche que habíamos pasado y que eran las cuatro de la mañana y hacía un frío de mil demonios. Aun así eso de comprar si analizar todo minuciosamente iba en contra de su adn.
Pero lo cierto es que gracias a esto encontramos un precio tan bajo, que cuando fuimos a comprar los billetes el vendedor dudó, pero Sebastian cerró como un experto negociador un trato bastante bueno.
Solo quedaba cruzar a Argentina, iba a ser un trámite sin más, pero eramos conscientes de que el momento en que Sebastien abriese su maleta y le tuviese que explicar al policía aduanas que el motivo por el que viajaba con tres kilogramos de harina francesa era para hacer creps, iba a ser digno de las mejores risas. Como de hecho así fue!

Al final, tras atravesar todo el norte argentino, por la preciosa quebrada de Humahuaca, llegamos a Salta, donde una espectacular cena a base de creps franceses y cerveza, en el restaurante francés a donde se dirigía Sebastien, puso punto final a una aventura digna de los mejores recuerdos. No ya por lo increíble del paisaje, sino, y como siempre, por la certeza de que compartir experiencias de este tipo con nuestros vecinos europeos no solo hace que disfrutes de las diferencias, sino que palpas de primera mano el potencial que nace al sumarlas.

¡Grande el European Team!

Van un francés, un alemán y un español y ... Reviewed by Miguel Tárrega Fernández Mellado on 3:38:00 Rating: 5

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